jueves, 27 de agosto de 2009

HotWar

Este es parte del trasfondo que he hecho para mi personaje del HotWar, espero que os sirva de algo a alguien:

En la más fría noche de un otoño, frío como el más crudo de los inviernos, descendió hasta nosotros el complot. La llaman la Noche de las Almas Perdidas, pues en esa noche Londres, Inglaterra, perdió a sus seres queridos, perdió su confianza en el prójimo, esa noche nos perdimos a nosotros mismos, ante el implacable martillo del comunismo.


Recuerda, recuerda, el cinco de noviembre.

El complot y la traición recordaras.

Por ninguna razón el complot del átomo.

Debería olvidarse jamás.


Esta era la guerra de todas las guerras, la guerra que acabaría con todas las guerras, pues sería nuestro epitafio final. Pero la guerra, la guerra nunca cambia. La tenacidad llevo a los contendientes a sobrevalorar sus tecnologías, o quizás a infravalorar las defensas del contrario, y con tenacidad ambos bandos prevalecieron. El gran pecado de de la guerra nunca violencia si no el descenso a los infiernos que conlleva el enfrentamiento entre dos oponentes igualados hasta la última gota de sangre.


El disparo me pasó rozando la cabeza. Ese maldito desviado comunista había puesto en peligro incontables planes de la corona, y tan solo le habíamos atrapado por sus asesinatos en el West End, prostitutas, como no. Pero el comunismo, así como la semilla del mal, se niega a ser arrancado y se retuerce para luchar, aunque su única posibilidad sea la de dañar. Y así había acabado con tres de mis hombres para huir a este edificio abandonado.


Hasta ahora los comunistas se habían contentado con inundar la Europa continental con su mácula mientras nos saboteaban e infiltraban continuamente con la insidia y maldad de la serpiente, pues esa es la naturaleza del comunismo. Pero cuando quedo claro que el primer golpe no acabaría del todo con su odiado enemigo decidieron barrer a los peones del tablero.


Su última bala, y mi último hombre. Apunto y disparo, atravesándole el hombro mientras carga directamente hacía mí con el fanatismo del malvado gravado en los ojos. Apunto y disparo, golpeándole en la parte derecha del pecho, aunque él apenas se frena decidido a arrancarme la vida aunque sea con su último aliento. Contengo la sonrisa mientras apunto a su frente. Pero suelto el arma y abrazo al moribundo con todas las fuerzas del condenado mientras veo por la cristalera trasera del edificio que ya viene, ella viene.


Ahora me he convertido en la muerte, la destructora de mundos.


Atravieso un mundo de vidrió y noche mecido por una tormenta incandescente, el beso de Shiva encarnado en tortura para la carne. Y mientras el dolor de mi mente se apaga al tiempo que la ciudad oscurece, las frías aguas acuden a mi encuentro para un ultimo abrazo, un último adiós. Adiós Londres.