martes, 17 de agosto de 2010

Burnt Offerings (AP #1), parte 10

ADVERTENCIA: Esta crónica, como es obvio, contiene importantes SPOILERS sobre la campaña que narra, así que nadie que pretenda jugar Rise of Runelords debería leerla. Si ya estas jugando la campaña y has superado la parte de los zarzales pero aun no te has infiltrado en el Fuerte Thisletop no deberías tener problemas.


Del diario de Talitha Symarast


8 de Lamashan del 4707 CA

Partimos hacia Cima del Cardo con las primeras luces del 7 de Lamashan, a pie, sin muchos ánimos. Era imposible negar que el intento suponía una locura, como nos había dejado claro padre, que se había resistido a dejarnos marchar con todas sus fuerzas. Y en verdad la simple marcha resultó algo nada agradable, al menos para mí, que no estoy acostumbrada a estos ejercicios físicos. Min, cuya religión se sustenta en el dogma de viajar cuanto más mejor y que sin duda estaba acostumbrada a las peregrinaciones de exploración, y nuestros dos compañeros varones no parecieron tener tantos escrúpulos, y de hecho refrenaron su paso por mí. ¡Bueno…! ¡Alguien tenía que ser el lento, qué se le iba a hacer! Yo soporté su impaciencia con Quink sin embromarles, ¿no era verdad?


La emboscada que nos tendieron los goblins casi supuso un alivio para romper la monotonía de la marcha. Ya habíamos despachado a todos los salvajes menos uno cuando Shalelu acudió en nuestra ayuda, rematando al último goblin, que ya huía dando gritos de alarma. Fue muy bienvenida. Entre su inesperada aparición, y la suerte que habíamos tenido con nuestro contraataque, creo que todos vimos la mano de Desna. Más o menos.

Shalelu nos condujo hacia un lugar donde podríamos ver Cima del Cardo, que resultó ofrecernos una vista en verdad impresionante. ¡El collado sobre el que se ubica el fuerte goblin estaba esculpido con la forma de una gigantesca cabeza, parcialmente sumergida en el rugiente océano! Sobre ella, el fuerte se alzaba de un simbólico mar erizado de espinas, los famosos cardos que daban su nombre al lugar. Miramos aquello con emoción y algo de sobrecogimiento. ¿Otro resto de la antigua Thassilon? En verdad, los antiguos habían sido gigantes, aunque sólo fuera por la forma en que sus obras se resistían a morir con el paso de los siglos.

Compartimos información con Shalelu (y ella nos informó de que la tribu de los Mascapájaros había desaparecido, tal vez aniquilada en las insensatas luchas de poder de los goblins), y cuando insistimos en interrogar a algún salvaje para hallar una forma de aproximación a su fortaleza, accedió a capturar uno para nosotros con las primeras luces del día siguiente. Un goblin al que intimidamos, presionamos o engatusamos de forma variada, hasta que se derrumbó y nos contó cuanto sabía. El camino hacia la fortaleza, sí, pero también amenazas de su cruel dios (que al parecer guía a los goblins mediante sueños), del disgusto que Nualia causaba a los goblins pero cómo les guiaría a la victoria (necias criaturas, ¿de veras creían que luego Nualia les dejaría en paz, o que serían capaces de traicionarla?), o del poderío de su jefe, Ripnugget. Nada realmente útil sobre lo que nos esperaría en el fuerte, pero al menos ahora sabíamos cómo entrar.

Yo hubiera querido engañar al goblin, y asustarle para que no hablara de nosotros hasta que fuera demasiado tarde, y mi hermano me siguió el juego, intentando hacerme aparecer una gran “bruja”, capaz de inflingir terribles tormentos a los que me disgusten, en vez de la humilde aprendiz que realmente soy. Si Shalelu se hubiera prestado a desatarle unas horas tras nuestra marcha, ya no habría peligro en soltarle, y más si le asustábamos con lo que le pasaría si se iba de la lengua. Pero cuando marchamos, el brillo de los ojos de Shalelu nos dejó con el incómodo pensamiento de que la suerte que le deparaba al goblin era otra muy distinta. Shalelu, es evidente, odia con fiereza a esos salvajes. No la puedo culpar, y después de todos los goblins que hemos matado (y mataremos, si Desna camina con nosotros) uno más o menos no debería suponer diferencia alguna. Pero… un prisionero indefenso… parece algo erróneo. Algo erróneo, aunque sepa que es el curso más sensato de acción. Ah, en verdad que yo no sirvo para estos menesteres.


No obstante poco más podíamos hacer. Dejamos a Shalelu atrás, cubriendo nuestros pasos, y olvidamos el destino del infeliz y sanguinario goblin. Kerrek, se llamaba; debería recordar los nombres de aquellos que caen, no es bueno ser tan salvaje como los mismos goblins. Al menos la información de Kerrek fue útil, y conseguimos abrirnos camino hacia la fortaleza a través de un laberíntico camino de espinos, que nos obligaron a caminar agachados y con muchas precauciones para escapar de sus aguzados aguijones. Mientras nos escurríamos por unos túneles demasiado angostos para unos humanos, no pude menos que recordar una vieja canción de caminantes, que había escuchado en mi viaje de retorno de la Academia del Crepúsculo, una vez finalizados mis estudios. La transcribo aquí, aunque no me atreví a pronunciarla en voz alta, tensos como teníamos los nervios, esperando una emboscada en aquel lugar tan inapropiado.


“Soy como el cardo salvaje
nací en el campo no más
nunca doy un paso atrás
y sé aguantar los rigores
Pa’ los amigos las flores
y espinas pa’ los demás”.

“Soy como el cardo salvaje
arisco pa’ la ciudad
me gusta la soledad
y la quietud del paisaje…”



Una canción ridícula, ahora que pienso en ello, aunque nuestros guías de la caravana la repitieron hasta la saciedad, junto con otras canciones de taberna mucho más picantes o pendencieras. ¡Qué curiosa es la memoria en momentos de tensión!

No tardamos mucho en encontrarnos con problemas, un grupo de goblins de aspecto famélico que nos sorprendieron cuando investigábamos el único lugar que parecía libre de espinos, una rudimentaria cueva. Helgrym aprovechó la ventaja estratégica que nos daba el lugar, obligándolos a atacarnos de dos en dos (o más bien a él, pues el resto estábamos encajonados allí dentro, sin poder ayudarle) para reducirlos rápidamente. El posterior registro de la cueva nos mostró numerosas plumas que nos hicieron pensar que acabábamos de dar cuenta de los últimos Mascapájaros…

Más adelante, encontramos las verdaderas dificultades, en forma de un druida goblin y su mascota, que resultaron demasiado duros de roer para nosotros. Oh, despachamos al animal, pero el druida se burló de nosotros, caminando a través de los espinos con tranquilidad, y emboscándonos sin problemas con sus conjuros, y dejando a mis compañeros encajonados contra los espinos, y a mí misma retenida por unas plantas a las que había dotado de vida e indefensa entre él y mis amigos.


Una vez demostrada su superioridad, sin embargo, el druida se avino a dialogar. Por lo visto, le gustaba Nualia tan poco como a nosotros, y aun menos la influencia que ejercía sobre Ripnugget y los goblins. Me pregunté en silencio si vivía allí, en medio del cardal, por amor a los espacios abiertos (como tantos druidas), o por desacuerdos con el jefe goblin. En todo caso, y al parecer, le convenía que nos encargáramos de aquella “pataslargas” Nos dejó marchar con ese propósito, y nosotros seguimos nuestro camino algo cabizbajos, pues si no habíamos podido con un solo goblin, ¿cómo íbamos a hacerlo con todos los que nos esperaban en el fuerte?

Pregunta inquietante, sin lugar a dudas.

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