ADVERTENCIA: Esta crónica, como es obvio, contiene importantes SPOILERS sobre la campaña que narra, así que nadie que pretenda jugar Rise of Runelords debería leerla. Si ya estas jugando la campaña y has superado a Ripnugget pero aun no has bajado a los niveles inferiores no deberías tener problemas.
Del diario de Talitha Symarast
8 de Lamashan del 4707 CA
Para llegar al fuerte había que atravesar un puente colgante que separaba la cabeza donde se asentaba la fortaleza goblin de la tierra continental. Mientras escuchábamos al océano rugir a nuestros pies, y observábamos a los centinelas goblins juguetear con sus perros al otro lado del abismo, creo que todos nos imaginamos al puente desprendiéndose de sus asideros, y a nosotros despeñándonos en aquellas aguas erizadas de rocas afiladas. Como señalé a mis compañeros, era bien sabido que históricamente cada puente de acceso a una fortaleza que presumiese de tal disponía de alguna manera de desalentar el cruce de posibles invasores.
Finalmente, volví invisible a mi hermano, que atravesó furtivamente el puente e intentó buscar y trabar el mecanismo que sin duda haría caer el puente. Sin embargo, el tiempo pasaba, mi hermano no volvía, y uno de los perros empezó a interesarse en el lugar, sin duda atraído por el olor de Thaer.
Decidimos arriesgarnos, y Helgrym y Min atravesaron el puente a la carrera, mientras yo les cubría con la ballesta desde la otra orilla. Mi hermano consiguió impedir que nadie más se acercara al puente, así que al menos el paso por aquella pasarela bamboleante fue relativamente seguro. Y la rapidez con que despachamos a los vigías y sus perros nos elevó un poco la moral después del desastre que supuso el enfrentamiento con el druida.
Gracias a todos los dioses, la puerta de entrada al fuerte estaba abierta. Una vez dentro, el avance fue agónicamente lento y al mismo tiempo trepidantemente rápido. Lento, porque cada poco tuvimos que detenernos a lidiar con los defensores del lugar. Rápido, porque todo sucedió en un corto espacio de tiempo, de modo que avanzamos con el corazón desbocado y sin detenernos a recuperar el aliento, introduciéndonos cada vez más en la fortaleza enemiga. En todo caso, y a pesar de esta contradicción, de lo que no cabe duda es que resultó muy confuso. De alguna forma, la batalla siempre resulta confusa; no hay nada en ella de la gloria y la esplendidez de la que cantan los bardos.
Incluso encontramos una puerta claveteada por fuera y rodeada de cadáveres goblins, que parecía encerrar a algún ser muy furioso. Pero no quisimos arriesgarnos a lidiar también con lo que quiera que estuviera allí apresado, y seguimos adelante… hasta encontrarnos cara a cara con Ripnugget, el caudillo goblin del que tanto habíamos oído hablar.
Nos esperaba en lo que debía de ser su sala del trono, rodeado de guardianes y con una de sus cantoras de guerra, una de esas singulares goblins bardo. Y eso sin hablar de su mascota, un enorme gecko de aspecto infecto y arisco.
Por un momento, no supimos qué decir. No queríamos luchar contra tantos enemigos, era evidente que estábamos en inferioridad numérica. ¡Y heridos y cansados además, como estábamos! Por otra parte, pedirle que abandonase la guía de Nualia y sus sangrientos planes parecía risible; ¡cómo si nos fuera a escuchar!
Aun así, lo intenté. Intenté dialogar con él, intentando apelar a una humanidad que sin duda él no poseía e intentando mostrarnos más poderosos de lo que en realidad éramos, pues era evidente a aquellas alturas que los goblins nunca respetarían la debilidad. Inútil, por supuesto. Lo único que saqué en claro de aquel intento de torpe negociación era que si, bien como raza los goblins no destacaban por su inteligencia, había individuos listos y astutos, y Ripnugget, como el druida del cardal, era uno de aquellos raros especimenes.
Ripnugget intentó engañarnos para que me acercase a hablar con él pacíficamente; yo me negué, obviamente, no iba a exponerme de esa forma ante una criatura sin duda alguna traicionera. Y entonces Min acabó definitivamente con esa farsa, insultando al goblin.
Así que pasamos, una vez más, al terreno de la violencia. ¡Por Desna y Nethys! Supongo que estos seres no entienden otro lenguaje.
Pronto fue evidente que nuestra inferioridad no había sido una ilusión. La refriega fue dura y muy sucia, y tanto Ripnugget como sus guardianes inflingieron terribles heridas a mis compañeros. Uno a uno los guardianes cayeron, pero otros seguían en pie, y Ripnugget, montado en su lagarto, parecía intocable. Los escasos conjuros que me quedaban se revelaron inútiles, uno tras otro, al resistirlos los enemigos o frustrarlos yo al lanzarlos erróneamente en mi nerviosismo. Incluso uno de los conjuros thassilonianos hallados en los dominios del maldito quasit fue inútil, demostrando que la magia de la antigüedad no era más poderosa que la actual; es de suponer que la diferencia radique en aquellos que la esgrimían. Con creciente desesperación, y apartada de la melee, observé cómo mis compañeros sangraban y sufrían mientras sus oponentes iban ganando terreno, poco a poco.
Y entonces, Ripnugget cargó contra una Min ya por entonces malherida…
La carga fue brutal. No creo que pueda olvidar nunca la forma en que el lagarto se abalanzó sobre la joven, y cómo el acero del caudillo goblin atravesó la armadura y el cuerpo entero de la mujer, empalándola literalmente. Min cayó al suelo inerte, en una fuente de sangre…
Una imagen horrible.
Nadie podía sobrevivir a un golpe así. Nadie podía vivir habiendo perdido tanta sangre…
¡Oh, Desna, por qué nos diste la espalda! ¿Por qué se la diste a tu servidora? ¿Por qué nos negaste un poco de tu divina suerte? ¡Luchábamos contra tu enemiga inmortal, Lamashtu!
Los gritos de mis compañeros se mezclaron con el mío propio. Creo que si hubiéramos podido, todos habríamos descuartizado a Ripnugget con nuestras propias manos. Pero en cambio, lo único que nos quedaba era el convencimiento de que él tenía la sartén por el mango. ¿Quién sería el siguiente en ser ensartado? Thaerdan y Helgrym sangraban por numerosas heridas y se veían exhaustos, apenas capaces de mantenerse en pie, y aunque yo estaba en mejores condiciones físicas… ¿qué iba a hacer, sin conjuros, contra Ripnugget?
Y entonces, Shalelu nos salvó.
Su entrada imprevisible, precedida por varias flechas certeras, nos dejó casi mudos. Al menos, a casi todos. Hel lanzó un grito animal y cargó contra el goblin, empalándolo como momentos antes el otro había empalado a Min.
Di la espalda a los gritos de Hel, a los reniegos de mi hermano, a la forma en que Helgrym estaba descuartizando al goblin ya muerto. Me di la vuelta porque ya había terminado todo, pero también para que no me vieran llorar.
¿Quién dijo que la aventura era gloriosa…? ¡Cuántas mentiras cantan las baladas!
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