ADVERTENCIA: Esta crónica, como es obvio, contiene importantes SPOILERS sobre la campaña que narra, así que nadie que pretenda jugar Rise of Runelords debería leerla. Si ya estas jugando la campaña y has superado la parte de las Mazmorras de la Ira pero no has llegado aun a Thisletop no deberías tener problema con lo que leas.
Del diario de Talitha Symarast
3 de Lamashan del 4707 CA
Me estoy insultando a mí misma con furia. No puedo creer que las cosas hayan salido tan mal. Pero miro hacia atrás, y sólo veo errores, errores de novatos, errores tontos que deberíamos haber evitado. Sin duda el sheriff nos hubiera echado una buena bronca, si estuviera aquí. Aunque por otra parte, ¿realmente habríamos podido evitar estos errores? Hay cosas que sólo se pueden aprender tropezando en ellas, y levantándose tras una aparatosa caída.
Pero me estoy precipitando, empezando a relatar el final en vez de comenzar por donde debería hacerlo, el principio. Y el principio es muy sencillo. Hoy mismo hemos bajado a los túneles, y lo que hemos descubierto es cuanto menos sorprendente.
Ya empezó mal el día antes de que pudiéramos siquiera entrar en la fábrica. Un grupo de nuestros belicosos vecinos nos esperaba, nerviosos por todo lo sucedido y con obvias ganas de provocar un tumulto. Afortunadamente logré calmarles con algunos razonamientos lógicos (¿por qué será que aun así tengo la sensación de que realmente no me escucharon, y que solo se calmaron temporalmente como niños aplacados por las severas palabras de su madre? Lástima, seguro que la alcaldesa habría logrado algo más…) Al parecer estaban nerviosos porque no habíamos actuado inmediatamente. ¡Cómo si Thassilon se hubiera construido en un día…! Necesitábamos tiempo para planear y pertrecharnos, tiempo para que yo pudiera inscribir algunos conjuros en pergaminos, que nunca se sabía qué podíamos encontrar allí dentro. ¡Teníamos que ser precavidos!
Al menos mis argumentos nos permitieron entrar en la fábrica y retrasar el ansia pirómana de nuestros conciudadanos, aunque cuando entramos en los supuestos túneles de contrabandistas lo hicimos con el corazón turbado y preguntándonos si nuestros vecinos acabarían tirando la fábrica sobre nuestras cabezas. He de confesar que aquel peligro parecía más real que la invasión goblin relatada en el diario. Ver para creer…
El túnel al principio nos deparó pocas sorpresas. Era tal y como habíamos imaginado que sería: estable pero húmedo, una vía cómoda para entrar y salir de la ciudad. El primer obstáculo vino de la mano de una bifurcación. De los dos ramales, era fácil deducir que el del este era el auténtico camino de contrabandista, pues parecía conducir hacia al río. Tras un rato de debate, llegamos a la conclusión de que aquél debía de ser el camino por el cual llegarían las tropas goblins invasoras, tal y como auguraba el diario de ese bastardo (nunca mejor dicho) de Tsuto.
El ramal del oeste, en cambio… ah, ese ramal no tenía explicación alguna, y nos intrigó sobremanera. Aunque Helgrym quería explorar el camino del río, y tal vez asegurarse de que no había goblins por los alrededores, el resto deseábamos investigar aquel nuevo enigma. Al fin y al cabo, parece que un plan tan ambicioso como el que se insinúa en el diario debe requerir un tiempo considerable para madurar, y era dudoso que hubiera un ejército goblin por las cercanías de Cala Arenosa. Al menos, por el momento. No parecía muy probable que asaltasen la ciudad justo en nuestra ausencia.
Así que finalmente nos adentramos por el ramal oeste. Una decisión que resultó ser acertada. Tras un rato de caminar, el túnel giró bruscamente hacia al norte, para terminar repentinamente en una pared de ladrillos. ¡Ladrillos antiguos, muy antiguos! He de confesar que en ese momento sentí un cúmulo de emociones difíciles de transcribir al papel. Y es que tenía miedo, tenía curiosidad, tenía aprensión… pero también sentí la emoción febril del arqueólogo ante un lugar nuevo y desconocido, un lugar recién descubierto de las brumas del pasado. Quizá nos esperasen goblins salvajes más adelante, pero aquel lugar era como una ventana a mis sueños, a mis ambiciones de dedicarme algún día a desenterrar misterios ya olvidados de esta Varisia nuestra…
Sí, sí, lo sé. Mucho esperar de una pared de ladrillos que a saber quién había construido. Lo que no tenía mucho misterio era quién había podido retirar algunos de los ladrillos para dejar un hueco pequeño. Un agujero, cosa curiosa, del tamaño de un goblin.
Helgrym agrandó el hueco, y pasamos al otro lado, esperando encontrarnos con alguna base goblin, algún campamento que les sirviera para preparar la invasión. Pero en vez de eso hallamos… otro túnel. Un túnel que más que otra cosa parecía una cueva de aspecto natural.
Muy pronto descubrimos una especie de caverna situada a la derecha del corredor. Íbamos a asegurarnos de que no hubiera nada peligroso allí cuando un par de ojos rojos surgieron de la oscuridad dando paso al más espantoso rugido que jamás habíamos oído. Y entonces fuimos atacados por una criatura surgida de nuestras peores pesadillas.
¿Cómo describir a aquel ser? En verdad, es difícil hacerlo. Deforme, horroroso, con un cuerpo surcado por venas gruesas como gusanos, potentes garras en manos y pies, y una mandíbula de lo más extraño, bifurcada y terminada en una especie de apéndices parecidos a… pequeñas manos. Todo en aquel ente parecía raro, desde la forma en que se combaban sus rodillas, a la longitud desmesurada de sus brazos. Nunca he leído nada sobre un monstruo parecido a ése –y me gusta pensar que me he preparado bien para el momento en que pudiera lanzarme a la aventura-, y ni siquiera el padre Zanthus ha sido capaz de ubicarlo a partir de mi descripción. ¡Intrigante ser, sin duda!
Pero letal. Nos costó mucho acabar con él, a pesar de que éramos cuatro contra uno, y cuando apareció un segundo de aquellos seres, casi nos desmoralizó. ¿Cuántos monstruos merodeaban por aquellas cavernas? Yo misma puedo certificar la potencia de sus garras y lo afilado de sus múltiples dientes.
Pero hay algo más. Porque cuando la segunda criatura me cogió por sorpresa, desgarrándome con sus garras y mordiéndome con esa asquerosa boca suya, perdí de vista el pensamiento racional. Una furia salvaje, irracional, me invadió, una furia que me hacía verlo todo como a través de un velo rojo. En ese momento dejé de preocuparme de mi seguridad, y de las graves heridas que me habían infligido, y pasé a preocuparme tan sólo de vengarme de aquel que me había causado tanto dolor. Ciertamente aquella reacción, tan impropia de mí, asustó incluso a mis compañeros. Tanto es así que una vez abatida la criatura Thaerdan y Helgrym permanecieron aparte (aunque mi hermano hizo un débil intento de regañarme), mientras Min procuraba calmarme con dulces palabras, y yo desahogaba mi furia y mi frustración dando patadas al cadáver de aquella cosa.
Extraño. La saliva de aquel bicho debía contener algún insólito veneno…
Tras aquello, y con precauciones renovadas, seguimos adelante, hasta encontrar una nueva bifurcación, esta vez en direcciones norte y este. Escogimos al azar esta última dirección, que nos condujo a una sala con aspecto de no pertenecer al conjunto anterior. ¡Era tan diferente! Lejos de ser una cueva era una estructura artificial, muy antigua, cuyo propósito bien se podría haber perdido miles de años atrás. Nuevamente sentí aquella emoción. El suelo estaba cubierto de miles de trozos inidentificables de cerámica totalmente fracturada y al norte había una pesada puerta de piedra. La imposibilidad de extraer más información de aquel lugar sólo lo hacía más intrigante. Ciertamente, siempre quise dedicarme a la arqueología, ¡pero me imaginaba en sitios más lejanos a casa! ¿Quién hubiera podido decir que hubiera un lugar tan antiguo debajo de Cala Arenosa?
Thaer abrió para nosotros la puerta, y cruzamos un umbral que tenía todo el aspecto de no haber recibido visitas en eones. Caminamos unos metros por un pasillo que muy pronto giró hacia el oeste, y de nuevo al norte donde nos encontramos un nuevo cruce. Desde allí se nos presentaba una nueva disyuntiva: caminar hacia el norte, donde entreveíamos una sala, o adentrarnos por el pasillo orientado hacia el este y perdernos en la oscuridad. Escogimos la sala… y fue una buena elección.
La estancia era pequeña pero estaba dominada por una estatua de tamaño real, de una increíble verosimilitud y de un estilo que no fuimos capaces de catalogar, representando a una mujer bellísima pero al tiempo monstruosa debido al gesto de furia descontrolada que deformaba sus facciones, aunque su ropa y cabellos parecían ondear al viento. Se adornaba con una diadema de garfios y espadas, en una mano portaba un gran libro con una estrella de siete puntas en la portada, y en la otra mano un gran tridente de metal y marfil.
¡Cual sería mi emoción al reconocer en aquella escultura a Alaznist, la legendaria reina de Barakan, uno de los míticos reinos de Thassilon! ¡Oh, qué lástima que ese libro no fuera "de verdad"! (Sí, yo siempre pienso en lo mismo. ¿Qué pasa? Soy maga. ¿Esperabas otra cosa, querido lector?)
No expliqué a los otros cómo había aprendido de aquella mujer. En verdad apenas sabía nada de ella, su nombre y gracias. Es de lo poco que me dio tiempo a mirar en aquel libro que… mmm… tomé prestado al cascarrabias de Vestein, uno de mis maestros en la academia arcana en la que estudié en Galduria, todo un experto en historia thassiloniana, que por desgracia no tardó gran cosa en percatarse de la desaparición de su adorado libro. Al hombre no le hizo mucha gracia mi curiosidad, a juzgar por sus amenazas de cortarme los tobillos y echar el resto a los perros (a pesar de su innegable erudición Vestein poseía una falta de imaginación evidente para las amenazas, pobrecillo), así que apenas me dio tiempo a ojear aquel trofeo ilícitamente conseguido. En fin, espero que mi hermano no se entere de que se me han pegado algunas de sus feas costumbres. Aunque no soy muy amiga de seguir las reglas, no debo olvidar que soy la mayor (la hermana responsable, como dice él) y debo darle ejemplo. Bastantes vicios tiene ya Thaer, temo que cualquier día de estos el sheriff pierda definitivamente la paciencia con él.
Lástima que la piedra no pueda hablar. ¡Me hubiera gustado preguntar tantas cosas a la escultura! Mis compañeros casi tuvieron que sacarme a rastras de allí. La estatua tiene pinta de pesar lo mismo que un dragón, pero ¡ojalá podamos sacarla al exterior más adelante! Al fin y al cabo, es un hallazgo importante. Seguro que más de un historiador daría un ojo de la cara y quizá una mano y todo por conseguirla.
Pero teníamos que asegurar los túneles si queríamos alejar el peligro de Cala Arenosa, así que seguimos adelante, esta vez tirando por el pasillo del este, que nos condujo a una sala dominada por un altar sobre una escalinata en la pared nororiental. El ara era claramente antigua, de una piedra oscura, con una concavidad en su parte superior llena de lo que parecía agua sucia. Ni Min fue capaz de identificar a qué dios estaba dedicado, pero con las referencias del diario a la Madre de los Monstruos, aquello no presagiaba nada bueno, aunque sólo fuera por su desalentador aspecto. Ninguno nos atrevimos a toquetearlo mucho, a saber qué podríamos provocar si lo hacíamos.
Seguimos adelante, hasta llegar a unas puertas imponentes que Thaer abrió, no sin antes lanzar unas cuantas pullas acerca de que yo también podía usar mis manos de vez en cuando. Una lamentable falta de visión por parte de mi hermano, claro está. ¿Para qué iba a hacerlo, si ya le tenía a él para hacer el trabajo sucio?
Las puertas conducían a lo que parecía ser una especie de catedral subterránea. Y tengo que decir… la sala es impresionante. Tétrica, pero impresionante. En su centro se alza un gran estanque jalonado por un anillo de cráneos humanos sostenidos a su vez por un círculo de lanzas de piedra. En la parte más lejana del recinto un par de escaleras ascienden hasta un altillo donde existe otro estanque más pequeño, de forma triangular y lleno de un burbujeante liquido que se asemeja a lava ardiente translucida. Es un lugar gélido, excepto por las volutas de calor que se alzan del ardiente estanque.
Y sobre el estanque de extraña lava estaba… “eso”. Sí, “eso”, pues de nuevo es algo a lo que no puedo poner nombre. Sea lo que fuere (yo lo tomé por alguna especie de duende o ser feérico) era pequeño, feo, y con mala leche. O más bien, pequeña y fea, pues sus pulseras y algo en su porte parecían insinuar un no sé qué femenino (para desgracia de mi sexo) Y cómo no, aquel ser nos recibió con amenazas de muerte, diciendo que habíamos profanado la catedral de la Madre, y dejando caer una gota de su propia sangre en las translucidas aguas.
¡Y así se nos desveló uno de los misterios! Pues de aquellas aguas surgió otro de aquellos engendros aberrantes que tan airada me habían hecho sentirme. ¡Así que así se creaban aquellos monstruos!
Me abstendré de narrar el enfrentamiento que vino entonces. Baste decir que fue un cúmulo de desatinos que sólo podíamos cometer un grupo de aventureros novatos y defensores ineptos como el nuestro. Aunque de los errores se aprende, se dice, y creo que de aquello aprendimos el valor de trabajar coordinados, y de no dejar nunca a un compañero desprotegido… así como la inutilidad de tratar de someter a un duende esquivo y con mala leche. Gracias tenemos que dar a la divina suerte de Desna de que pudiéramos salir de allí de una pieza, aunque fuera con el rabo entre piernas y la cabeza gacha de vergüenza.
Sí, huimos. Huimos tan deprisa como pudimos, conscientes de que habíamos escapado por muy poco. ¿Ves? Ya vuelvo a ponerme furiosa. No necesito a uno de esos engendros para lograrlo, está claro. ¡Cómo pudimos ser tan torpes!
Mejor dejo la crónica aquí, y sigo en unas horas. Ya no soy capaz de escribir más. No ahora.
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